1º de mayo de 1982, amanecer, Área de Patrulla en el Atlántico Sur. A bordo del “San Luis” los sonaristas advierten rumores hidrofónicos de naves de guerra y el comandante ordena cubrir puestos de combate. A las 10:15 el submarino ataca lanzando un torpedo SST-4 sobre un blanco clasificado como un destructor. Tres o cuatro minutos más tarde el submarino pierde prematuramente el contacto con el torpedo, por corte de cable, y no se escucha ninguna explosión. Al haber delatado su posición, el “San Luis” comienza a soportar un hostigamiento de casi un día por dos buques y tres helicópteros.
“Tirábamos falsos blancos (burbujeadores, con forma tubular) que producen ruido y permiten al submarino escapar hacia otro rumbo. En un momento tirábamos tantos seguidos que no se llegaba ni a compensar la presión entre lanzamiento y lanzamiento”, cuenta el capitán de navío (RE) Jorge Fernando Dacharry, por entonces teniente de fragata y jefe de Electricidad del “San Luis”.
Durante el ataque un helicóptero británico lanzó un torpedo antisubmarino, que pudo ser evitado gracias a las maniobras evasivas. “Cuando dijeron ‘torpedo en el agua’ sentimos desesperación… adrenalina… nos pasó cerca, por arriba, lo escuchamos como si fuera el motor de una moto, pero debajo del agua”, evoca.
De esas horas recuerda, como si no hubiesen pasado treinta años, la incertidumbre que se sufre por no ver lo que sucede a su alrededor, fuera de la nave. Puede ser un amigo, un enemigo, un ruido de la naturaleza… “Cuando fuimos sometidos al ataque de 24 horas caían permanentemente bombas de profundidad y no sabíamos en qué momento nos tocaba… Eso produce un desgaste psíquico muy importante.”
Tras el constante hostigamiento el submarino maniobró hacia la costa malvinense donde encontró un fondo pedregoso y se depositó. “Soportamos el ataque constante de bombas de profundidad por más de 12 horas. Nos tiraban en cada rumbo que poníamos, entonces el comandante ordenó ir al fondo y yo llevaba la derrota, porque era también jefe de Navegación. Pregunté qué profundidad había y me dijeron 70 metros, estábamos a 6 nudos. Puse la proa para ‘aterrizar’ y en vez de 70 metros estábamos a 50… ¡Todavía está el surco en Malvinas!”, ríe, mientras se contagian los otros veteranos presentes.
“En un submarino lo peor es que no se ve el exterior cuando uno está en inmersión. La guerra pasa por arriba, por los costados, por debajo. Un aviador tira un misil y en cuestión de segundos se aleja de allí. Un infante de Marina está en el terreno y ve el desarrollo de los acontecimientos, cómo se acerca el enemigo, dónde están las fuerzas propias. Nosotros, debajo del agua, debemos ser, ante todo, sigilosos y pacientes”, detalla el capitán Dacharry, con voz firme basado en la experiencia.
Dacharry destaca lo esencial. “Lo que nos permitió volver con vida fue, no sólo la preparación técnica para abordar una patrulla de 40 días en la que pudimos mantenernos en el área de operaciones, sino el grupo humano y la preparación física y psíquica que nos proporcionaron la Escuela de Submarinos y la Armada.”
“Lo que nos ayudó fue el conocimiento del medio, de nuestro litoral, en cuanto a la temperatura del agua, la composición del suelo, salinidad, napas, costas, fondo... Eso nos permitió tener un valor agregado”, evalúa en cuanto a las estrategias utilizadas a lo largo de todo el conflicto.
El 1º de mayo, por soportar 24 horas de hostigamiento, el “San Luis” tuvo su bautismo de fuego. En total fue una campaña de 40 días (del 12 de abril al 29 de mayo) cumpliendo una misión disuasiva en la que llevó a cabo tres ataques al enemigo, no obstante haber operado con sólo tres de sus cuatro motores diesel y haber tenido la computadora del sistema de armas fuera de servicio.
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Gracias ElSnorkel.com
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