El 23 de noviembre de 2009 se cumplieron 40 años del primer enganche en el Portaaviones Liviano V-2 ARA "25 de Mayo", para rememorar esa fecha, subimos una nota que hace ya 5 años, el Doctor Gustavo Perramón Pearson escribió para la Revista Mach 1
A 35 años del Primer Enganche en el ARA "25 de Mayo"
Por el Dr. Gustavo Perramón Pearson
El domingo 23 de noviembre de 1969 se produjo el primer aterrizaje de un avión naval argentino en la cubierta del portaaviones "ARA 25 de Mayo".
Fue un Tracker S-2A, de la Fuerza Aeronaval N° 2, comandado por el entonces Capitán de Fragata Dn. Alfredo del Fresno y el Teniente de Navío Dn. Raúl Oscar Pirra como copiloto. El señalero, el entonces Teniente de Navío Estrada, dio el OK final y el avión "estrenó" la pista con un perfecto enganche ene segundo cable. Eran las 10 de la mañana aproximadamente y con vivas, gran algarabía y aplausos prolongados, que incluyó boinas al aire, se dio rienda suelta a una emoción contenida durante largos días de trabajos previos.
La aeronave permaneció poco más de una hora abordo, se reabasteció de combustible y decoló - creo que sin catapulta - con rumbo a la Base Aeronaval Comandante Espora, arribando sin novedad.
Tuve el privilegio de vivir ese momento y participar de la emoción y alegría que comento. Hoy en día, aquel hecho, luego de la pericias sufridas por nuestro querido "25 de Mayo" desde su larga inmovilidad para unas reparaciones de fondo que nunca llegaron, hasta su relativamente reciente desguace y venta como chatarra, cobra mayor importancia en la historia de la Aviación Naval y hace que merezca ser recordado.
Demás está decir que al momento de asistir al evento, ni sus protagonistas ni yo como simple testigo, tuvimos conciencia cabal de su profundo significado. Ha sido el transcurso del tiempo y los avatares de nuestra Flota de Mar quienes le han dado, en mi modesto entender, un valor trascendente.
Conociendo la sobriedad del estilo naval, que seguramente habrá registrado el día y la hora de la novedad ocurrida, me atrevo a relatar esta experiencia, en el clima de intimidad y afecto con que la viví, con la expresa intención de mantenerla en la memoria colectiva de la familia naval.
Siendo Intendente de Bahía Blanca, fui invitado a embarcar por el entonces Comandante de Operaciones Navales, Vicealmirante Dn. Juan Carlos González Llanos. Era el único civil a bordo de la nave.
El Portaaviones había zarpado el viernes anterior de Puerto Belgrano. Embarqué a las tres de tarde en punto; concurrieron a despedir al buque el ya mencionado Almirante González Llanos y Comandante de la Flota Almirante Pozzi Jauregui, junto a otros altos Jefes Navales. Su destino era Golfo Nuevo, donde con otros buques de la Armada habría de efectuar algunas ejercitaciones y probar sus máquinas y equipos. El regreso estaba previsto para el 2 de diciembre.
Cabe recordar que este portaaviones fue relevo del "viejo" ARA "Independencia". Originariamente había sido el HMS "Venerable" de la Armada Británica y luego el HrMs "Karel Doorman". Fue diseñado y construido en el Astillero "Camel Laird & Co." de Birkenhead, Gran Bretaña (1942 a 1947) y adquirido por nuestro país a la Armada de Holanda en 1968. Se afirmó el pabellón el 5 de octubre de ese año y una vez arribado al país se incorporó oficialmente a la Flota de Mar el 28 de septiembre de 1969. Desde entonces se constituyó en la Nave Almirante o Nave Insignia.
Esta era la primera salida con tripulación completa (más de 1.000 hombre) y por primera vez, en esas condiciones, debía efectuar todas las maniobras clásicas de un buque de sus características. La travesía desde Europa se había realizado con una dotación mínima.
Por esas circunstancias - feliz para mi - asistí a todos los "zafarranchos" (hombre al agua, combate, incendio, abandono, etc., etc.) y pruebas de máquinas (atrás, adelante toda, giros y caídas y sus variantes).
Recuerdo con emoción la satisfacción y felicidad con que los oficiales del puente manipulaban botones y llaves de comando en los tableros de bronce gastados y rayados por el uso. Con el entusiasmo de la novedad parecían no darse cuenta de los veinte años que ya tenía el buque. Y si lo advertían, lo disimulaban con gran calidad.
Asistí también a las pruebas del material de hangares y pista, con todos sus equipos de apoyo (comunicaciones, ascensores, cables y tensores, catapulta, etc.) que debían brindar seguridad a la riesgosa tarea de operar aeronaves.
Por indicación del Almirante me fue asignado su alojamiento en popa: un camarote de tres ambientes con un dormitorio y baño, un escritorio-biblioteca y una salita de reuniones. Compartimos el camarero con el Comandante del buque, el Sr. Capitán de Navío Dn. Tirso Brizuela, un caballero fallecido prematuramente, a quién recuerdo con verdadero afecto. Esta ubicación - en principio la mejor de todas - superaba a la del mismo Comandante. Todo cambió radicalmente cuando comenzaron los enganches, compensándose el confort de la instalaciones - casi con desventaja - con e tremendo ruido que provocaban los golpes de los aviones, por encontrarse el camarote exactamente debajo de la zona de cables.
Por razones protocolares no me había sido asignado "rol" alguno. Si bien el viaje era sumamente placentero y tenía acceso irrestricto a todo el buque, incluido el puente de mando y la torre de control, al poco tiempo me resultó un poco monótono no participar de las actividades programadas. La confianza generada con el Comandante permitió solicitarle que se me asignara alguno y así se hizo. A partir de ese momento fui uno más de la tripulación y hasta recuerdo haber sido observado por demorar cubrir mi ubicación con el primer zafarrancho de "abandono".
Poco antes de iniciar las operaciones aeronavales se calibraron los "espejos" , a babor y estribor de la pista, que permitían a los pilotos materializar la pendiente de aproximación visual de avión respecto a la cubierta de vuelo.
Esa tarea le fue asignada al entonces Capitán de Corbeta Dn. Héctor A. Martini (fue luego Contraalmirante y Comandante de la Aviación Naval), quién me invitó a acompañarlo en el helicóptero que piloteaba. Hallado un overol de vuelo de mi tamaño (tenía por entonces unos kilos de más), me ubicaron en el asiento del copiloto y nos elevamos en el Sikorsky.
A los pilotos expertos, que hayan llevado a un "primerizo", no les costará comprender la situación del verdadero "stress" que sentí - casi de "pánico" - cuando le dije por radio al Comandante que no podía cerrar la puerta de mi lado, (el ruido del rotor impedía todo diálogo por voz), y su respuesta fue "Quédese tranquilo Doctor, hace tiempo que no cierra, pero es más cómodo así pues contribuye a facilitar las tareas que cumplimos". Como acompaño sus palabras con una sonrisa cómplice , haste el día de hoy no he logrado saber si era real lo expresado o se trató de una típica broma para "bisoños".
Fue así que quedé a merced de mi cinturón de seguridad y del equipo de flotación, pues el buque única referencia firme en el océano, literalmente "se va" cuando el helicóptero despega, y este efectúa para colmo un ligero "cabeceo" sobre el mar. Pueden imaginarse la adrenalina extra que esto sumó a la emoción del "bautismo de vuelo".
Por supuesto, obligado a guardar las formas, nada exterioricé en aquel entonces de estos "sentimientos" que ahora confieso, e hice - creo - al regresar al portaaviones, un descenso del helicóptero, digno y sonriente, como si nada hubiera pasado, al termina la experiencia.
Había llevado mi máquina y tuve la ocasión de tomar desde el aire, la primera fotografía al "25 de Mayo". También lo hice al regresar al buque, registrando la secuencia de la aproximación para el "aterrizaje". Algunas de estas fotos en blanco y negro, integran este artículo.
El premio a mi "arrojo" fue un certificado que aún conservo, con el Escudo de la Escuadrilla Aeronaval de Helicópteros, firmado por el entonces Comandante Capitán de Corbeta Martini. Acredita mi vuelo de bautismo en Helicóptero 4-H-12 a bordo del PAL ARA "25 de Mayo".
Registré también muchos detalles de la navegación y como he dicho, el primer enganche, al que le siguieron otros, especialmente de aeronaves T-28 que permanecieron abordo.
Fue una navegación excelente, con muy buen tiempo y mucha tarea. En mi caso era símil a un viaje de placer, ya que el importante tonelaje del buque hacía imperceptible los embates del oleaje.
Luego de tres días de navegación y fondear en el Golfo Nuevo, con bastante pena, solicité desembarcar. Me pareció un exceso de mi parte gozar más tiempo de estas "vacaciones"; yo era un funcionario público y con mucha tarea por cumplir.
Al llegar a Bahía Blanca fui requerido por el periodismo para relatar mis impresiones. Entre otras dije que "me encontraba sumamente satisfecho de haber convivido con nuestros marinos en su medio, advirtiendo un gran espíritu de cuerpo y una gran idoneidad profesional en el manejo de un material tan complejo y moderno". A esto agregué: "unen unas condiciones humanas excepcionales y su tradicional cordialidad y caballerosidad trabajando todos sin distinción de jerarquías con un contagioso entusiasmo en el cumplimiento de su vocación".
Tengo aún enmarcad la cinta negra y letras doradas de la gorra marinera , con la leyenda ARA 25 DE MAYO. Asimismo conservo una boina original holandesa color azul que tiene escrito en su interior "Sr. Comandante Naval". Estaba en mi camarote; la usé durante todo el embarco y me la regaló el Comandante Brizuela. Se destinará al Museo Aeronaval y constituirá mi homenaje final a esta nave que tanto significó para nuestra Armada y para la Aviación Naval, tan cara a mi espíritu.
Se que a las espera del reemplazo de esta unidad, tan importante para la proyección de la Flota, los Aviadores Navales con encomiable afán y notable perseverancia siguen calificándose para operar en portaaviones. Mantienen así intactas sus aptitudes y adiestramiento debiendo reconocer que esto es posible gracias a que la conducción de la Fuerza ha llevad adelante una inteligente política de cooperación implementada con nuestras marinas hermanas y sus altos mandos.
Este relato deliberadamente sencillo y anecdótico recuerda con afecto a sus antecesores e intenta ser también un homenaje a los pilotos más modernos que no bajan los brazos ante la adversidad y la escasez de medios, manteniendo bien alto el espíritu naval. La mayoría de ellos - dicho sea de paso y con orgullo - han sido mis alumnos.
Bahía Blanca, Noviembre de 2004
El autor es abogado, nació y reside en Bahía Blanca y pertenece desde 1970 a la Asociación Miembros Honorarios de la Flota de Mar.
Nota de redacción: El artículo fue publicado en la Revista Mach 1 (Círculo Informativo Profesional de la Aviación Naval Argentina) Año XXII – N° 67
Fue un Tracker S-2A, de la Fuerza Aeronaval N° 2, comandado por el entonces Capitán de Fragata Dn. Alfredo del Fresno y el Teniente de Navío Dn. Raúl Oscar Pirra como copiloto. El señalero, el entonces Teniente de Navío Estrada, dio el OK final y el avión "estrenó" la pista con un perfecto enganche ene segundo cable. Eran las 10 de la mañana aproximadamente y con vivas, gran algarabía y aplausos prolongados, que incluyó boinas al aire, se dio rienda suelta a una emoción contenida durante largos días de trabajos previos.
La aeronave permaneció poco más de una hora abordo, se reabasteció de combustible y decoló - creo que sin catapulta - con rumbo a la Base Aeronaval Comandante Espora, arribando sin novedad.
Tuve el privilegio de vivir ese momento y participar de la emoción y alegría que comento. Hoy en día, aquel hecho, luego de la pericias sufridas por nuestro querido "25 de Mayo" desde su larga inmovilidad para unas reparaciones de fondo que nunca llegaron, hasta su relativamente reciente desguace y venta como chatarra, cobra mayor importancia en la historia de la Aviación Naval y hace que merezca ser recordado.
Demás está decir que al momento de asistir al evento, ni sus protagonistas ni yo como simple testigo, tuvimos conciencia cabal de su profundo significado. Ha sido el transcurso del tiempo y los avatares de nuestra Flota de Mar quienes le han dado, en mi modesto entender, un valor trascendente.
Conociendo la sobriedad del estilo naval, que seguramente habrá registrado el día y la hora de la novedad ocurrida, me atrevo a relatar esta experiencia, en el clima de intimidad y afecto con que la viví, con la expresa intención de mantenerla en la memoria colectiva de la familia naval.
Siendo Intendente de Bahía Blanca, fui invitado a embarcar por el entonces Comandante de Operaciones Navales, Vicealmirante Dn. Juan Carlos González Llanos. Era el único civil a bordo de la nave.
El Portaaviones había zarpado el viernes anterior de Puerto Belgrano. Embarqué a las tres de tarde en punto; concurrieron a despedir al buque el ya mencionado Almirante González Llanos y Comandante de la Flota Almirante Pozzi Jauregui, junto a otros altos Jefes Navales. Su destino era Golfo Nuevo, donde con otros buques de la Armada habría de efectuar algunas ejercitaciones y probar sus máquinas y equipos. El regreso estaba previsto para el 2 de diciembre.
Cabe recordar que este portaaviones fue relevo del "viejo" ARA "Independencia". Originariamente había sido el HMS "Venerable" de la Armada Británica y luego el HrMs "Karel Doorman". Fue diseñado y construido en el Astillero "Camel Laird & Co." de Birkenhead, Gran Bretaña (1942 a 1947) y adquirido por nuestro país a la Armada de Holanda en 1968. Se afirmó el pabellón el 5 de octubre de ese año y una vez arribado al país se incorporó oficialmente a la Flota de Mar el 28 de septiembre de 1969. Desde entonces se constituyó en la Nave Almirante o Nave Insignia.
Esta era la primera salida con tripulación completa (más de 1.000 hombre) y por primera vez, en esas condiciones, debía efectuar todas las maniobras clásicas de un buque de sus características. La travesía desde Europa se había realizado con una dotación mínima.
Por esas circunstancias - feliz para mi - asistí a todos los "zafarranchos" (hombre al agua, combate, incendio, abandono, etc., etc.) y pruebas de máquinas (atrás, adelante toda, giros y caídas y sus variantes).
Recuerdo con emoción la satisfacción y felicidad con que los oficiales del puente manipulaban botones y llaves de comando en los tableros de bronce gastados y rayados por el uso. Con el entusiasmo de la novedad parecían no darse cuenta de los veinte años que ya tenía el buque. Y si lo advertían, lo disimulaban con gran calidad.
Asistí también a las pruebas del material de hangares y pista, con todos sus equipos de apoyo (comunicaciones, ascensores, cables y tensores, catapulta, etc.) que debían brindar seguridad a la riesgosa tarea de operar aeronaves.
Por indicación del Almirante me fue asignado su alojamiento en popa: un camarote de tres ambientes con un dormitorio y baño, un escritorio-biblioteca y una salita de reuniones. Compartimos el camarero con el Comandante del buque, el Sr. Capitán de Navío Dn. Tirso Brizuela, un caballero fallecido prematuramente, a quién recuerdo con verdadero afecto. Esta ubicación - en principio la mejor de todas - superaba a la del mismo Comandante. Todo cambió radicalmente cuando comenzaron los enganches, compensándose el confort de la instalaciones - casi con desventaja - con e tremendo ruido que provocaban los golpes de los aviones, por encontrarse el camarote exactamente debajo de la zona de cables.
Por razones protocolares no me había sido asignado "rol" alguno. Si bien el viaje era sumamente placentero y tenía acceso irrestricto a todo el buque, incluido el puente de mando y la torre de control, al poco tiempo me resultó un poco monótono no participar de las actividades programadas. La confianza generada con el Comandante permitió solicitarle que se me asignara alguno y así se hizo. A partir de ese momento fui uno más de la tripulación y hasta recuerdo haber sido observado por demorar cubrir mi ubicación con el primer zafarrancho de "abandono".
Poco antes de iniciar las operaciones aeronavales se calibraron los "espejos" , a babor y estribor de la pista, que permitían a los pilotos materializar la pendiente de aproximación visual de avión respecto a la cubierta de vuelo.
Esa tarea le fue asignada al entonces Capitán de Corbeta Dn. Héctor A. Martini (fue luego Contraalmirante y Comandante de la Aviación Naval), quién me invitó a acompañarlo en el helicóptero que piloteaba. Hallado un overol de vuelo de mi tamaño (tenía por entonces unos kilos de más), me ubicaron en el asiento del copiloto y nos elevamos en el Sikorsky.
A los pilotos expertos, que hayan llevado a un "primerizo", no les costará comprender la situación del verdadero "stress" que sentí - casi de "pánico" - cuando le dije por radio al Comandante que no podía cerrar la puerta de mi lado, (el ruido del rotor impedía todo diálogo por voz), y su respuesta fue "Quédese tranquilo Doctor, hace tiempo que no cierra, pero es más cómodo así pues contribuye a facilitar las tareas que cumplimos". Como acompaño sus palabras con una sonrisa cómplice , haste el día de hoy no he logrado saber si era real lo expresado o se trató de una típica broma para "bisoños".
Fue así que quedé a merced de mi cinturón de seguridad y del equipo de flotación, pues el buque única referencia firme en el océano, literalmente "se va" cuando el helicóptero despega, y este efectúa para colmo un ligero "cabeceo" sobre el mar. Pueden imaginarse la adrenalina extra que esto sumó a la emoción del "bautismo de vuelo".
Por supuesto, obligado a guardar las formas, nada exterioricé en aquel entonces de estos "sentimientos" que ahora confieso, e hice - creo - al regresar al portaaviones, un descenso del helicóptero, digno y sonriente, como si nada hubiera pasado, al termina la experiencia.
Había llevado mi máquina y tuve la ocasión de tomar desde el aire, la primera fotografía al "25 de Mayo". También lo hice al regresar al buque, registrando la secuencia de la aproximación para el "aterrizaje". Algunas de estas fotos en blanco y negro, integran este artículo.
El premio a mi "arrojo" fue un certificado que aún conservo, con el Escudo de la Escuadrilla Aeronaval de Helicópteros, firmado por el entonces Comandante Capitán de Corbeta Martini. Acredita mi vuelo de bautismo en Helicóptero 4-H-12 a bordo del PAL ARA "25 de Mayo".
Registré también muchos detalles de la navegación y como he dicho, el primer enganche, al que le siguieron otros, especialmente de aeronaves T-28 que permanecieron abordo.
Fue una navegación excelente, con muy buen tiempo y mucha tarea. En mi caso era símil a un viaje de placer, ya que el importante tonelaje del buque hacía imperceptible los embates del oleaje.
Luego de tres días de navegación y fondear en el Golfo Nuevo, con bastante pena, solicité desembarcar. Me pareció un exceso de mi parte gozar más tiempo de estas "vacaciones"; yo era un funcionario público y con mucha tarea por cumplir.
Al llegar a Bahía Blanca fui requerido por el periodismo para relatar mis impresiones. Entre otras dije que "me encontraba sumamente satisfecho de haber convivido con nuestros marinos en su medio, advirtiendo un gran espíritu de cuerpo y una gran idoneidad profesional en el manejo de un material tan complejo y moderno". A esto agregué: "unen unas condiciones humanas excepcionales y su tradicional cordialidad y caballerosidad trabajando todos sin distinción de jerarquías con un contagioso entusiasmo en el cumplimiento de su vocación".
Tengo aún enmarcad la cinta negra y letras doradas de la gorra marinera , con la leyenda ARA 25 DE MAYO. Asimismo conservo una boina original holandesa color azul que tiene escrito en su interior "Sr. Comandante Naval". Estaba en mi camarote; la usé durante todo el embarco y me la regaló el Comandante Brizuela. Se destinará al Museo Aeronaval y constituirá mi homenaje final a esta nave que tanto significó para nuestra Armada y para la Aviación Naval, tan cara a mi espíritu.
Se que a las espera del reemplazo de esta unidad, tan importante para la proyección de la Flota, los Aviadores Navales con encomiable afán y notable perseverancia siguen calificándose para operar en portaaviones. Mantienen así intactas sus aptitudes y adiestramiento debiendo reconocer que esto es posible gracias a que la conducción de la Fuerza ha llevad adelante una inteligente política de cooperación implementada con nuestras marinas hermanas y sus altos mandos.
Este relato deliberadamente sencillo y anecdótico recuerda con afecto a sus antecesores e intenta ser también un homenaje a los pilotos más modernos que no bajan los brazos ante la adversidad y la escasez de medios, manteniendo bien alto el espíritu naval. La mayoría de ellos - dicho sea de paso y con orgullo - han sido mis alumnos.
Bahía Blanca, Noviembre de 2004
El autor es abogado, nació y reside en Bahía Blanca y pertenece desde 1970 a la Asociación Miembros Honorarios de la Flota de Mar.
Nota de redacción: El artículo fue publicado en la Revista Mach 1 (Círculo Informativo Profesional de la Aviación Naval Argentina) Año XXII – N° 67
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